Pintura de Maite Piñero
Querida Celia
Me alegro de que las aguas vuelvan a su cauce.
Dejo junto a la fregadera un poco de lechuga con unas gotitas de lejía para la ensalada del medio día. No me la muevas de sitio, por favor.
El otro día me enternecí en el café de enfrente de tu casa. Entró un mocoso de unos cinco o seis años, de esos como tú, del otro lado del charco, piel oscura y cabello aún más negro. Dejó la mochila en el suelo y se quedó mirando al camarero. Éste estaba bebiendo conmigo, como cada día después del trabajo, y me dijo que hacía unos días que el chaval iba allí y se lo quedaba mirando y que le resultaba imposible no darle un croissant o un pequeño bocadillo y servirle un vaso de leche caliente.
Me alegro de que las aguas vuelvan a su cauce.
Dejo junto a la fregadera un poco de lechuga con unas gotitas de lejía para la ensalada del medio día. No me la muevas de sitio, por favor.
El otro día me enternecí en el café de enfrente de tu casa. Entró un mocoso de unos cinco o seis años, de esos como tú, del otro lado del charco, piel oscura y cabello aún más negro. Dejó la mochila en el suelo y se quedó mirando al camarero. Éste estaba bebiendo conmigo, como cada día después del trabajo, y me dijo que hacía unos días que el chaval iba allí y se lo quedaba mirando y que le resultaba imposible no darle un croissant o un pequeño bocadillo y servirle un vaso de leche caliente.
Era tal la cara de felicidad del niño ante esos manjares, me resulta tan terrible ver que todavía existe ese tipo de pobreza entre nosotros que se supone que somos un país avanzado...